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viernes, 1 de junio de 2012

Zefiro torna

Según la mitología griega, el nacimiento de Venus fue muy violento: Cronos se enfrentó con su padre Urano, el dios de los cielos, y lo venció. Mutiló a su padre cortándole los testículos y lanzándolos al mar. De las olas nació la bella Venus.  Botticelli no pintó el nacimiento sino la continuación del mito cuando la diosa Venus se acerca a la isla de Citera impulsada por Céfiro, el viento del oeste dulcemente abrazado a la Aurora. En tierra la espera la Primavera, preparada para cubrirla con un manto bordado de flores.

 Botticelli diseñó el paisaje que rodea a la protagonista, única y exclusivamente para destacar su belleza. Pintó un entorno lírico y poético en el que la hierba es como una alfombra de terciopelo, las olas del mar parecen delicadas escamas y las hojas de los árboles tienen filigranas doradas. Durante el Renacimiento italiano, que empezó en el siglo XV, los artístas consideraban que la Edad Media era una etapa negra que había que olvidar. Por eso,  los renacentistas quisiero recuperar la esplendorosa edad griega y romana. Botticelli fue el primero en pintar un cuadro mitológico y también fue el primero, en mil años de sequía, en pintar una mujer desnuda que no fuera Eva.

 Venus tiene la piel de un blanco resplandeciente que imita el mármol de una estatua y se inspira en una escultura griega (la Venus capitolina) que muestra el mismo gesto púdico para esconder su desnudez. Botticelli crea este cuerpo fascinante según el canon de belleza y armonía ideal de los antiguos. Se pensaba entonces, como ahora, que la belleza se podía traducir en centímetros: no eran los simples 90-60-90 actuales sino que provenían de cálculos tan complicados como que hubiese la misma distancia entre los senos, entre el pecho y el ombligo; y el ombligo y el púbis. El resultado es esta Venus eternamente actractiva pero, a fin de cuentas, es un astuto engaño...¿por qué?

 Porque si nos quitamos la venda de los ojos y la miramos de verdad veremos que según las leyes de la proporción es un auténtico timo: tiene el cuello demasiado largo, los hombros caidos y la manera como le cuelga el brazo izquierdo es un poco extraña.

 Los renacentistas estudiaron a los romanos y los griegos porque los querían imitar. Se decía que los antiguos les gustaba que hubiese cierto movimiento como que los vestidos se movieran ligeramente. Boticelli lo tomó tan al pie de la letra que, con la excusa del viento Céfiro, en el cuadro todo se agita: las olas del mar, las ramas de los árboles, las rosas que caen, el cabello se ajusta a la recomendación de que debía pintarse como llamas ardiendo o enroscado como lo haría una serpiente. Y los pliegues de los vestidos son los famosos pliegues flotantes de Boticelli que no tienen nada que ver con la realidad.

 Boticelli también era famoso por cargar sus cuadros de simbolismos pero no dejó nada escrito para que entendiéramos su significado: Por ello, la Aurora anuncia el nacimiento del día de la misma manera que el nacimiento de la diosa podría simbolizar el alba de la vida. Las rosas, que según la mitología, nacieron cuando Venus pisó tierra firme, evocan el amor que es alegría aunque también tienen espinas que remiten al dolor. La concha sobre la cual llega Venus simboliza la fertilidad y el placer de los sentidos. Su forma recuerda el sexo femenino.

 Boticelli además de pintar el primer cuadro mitológico y el primer desnudo del renacimiento consiguió una cosa muy importante: que aquel cuadro laico despertase una emoció parecida a la que hasta entonces parecía sólo reservada a los cuadros de temas religiosos.

 Ay, cómo me gusta la pintura renacentista y la música, of course. Para ilustrar estas explicaciones, quiero incluir un madrigal atribuido a Claudio Monteverdi que habla sobre el viento Céfiro:

Zéfiro vuelve y con sus suaves acentos hace el aire grato.
Sus pies agitan las olas y murmurando tras las verdes fondas
 hace danzar un bello sonido sobre prados y flores.


 Con guirnaldas en los cabellos, Filis y Cloris
cantan dulces notas de amor, y de los montes a los profundos valles
 las cavernas redoblas su armonía.


 Surge más bella en el cielo la aurora, y el sol
esparce mas luces de oro; plata más pura
adorna el manto cerúleo de Tetis.


 Sólo yo, en selvas abandonadas y desiertas,
por el ardor de dos bellos ojos y mi tormento,
como lo quiere mi fortuna, ahora lloro y ahora canto.


 FIN

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